Quizá hayas leído el título imaginando a tu profesor de matemáticas rodeado de agua y encadenado a un bloque de cemento. Pero no. Mejor imagina al capitán Nemo a bordo del Nautilus.
Navegábamos no demasiado lejos de la costa oeste de México, a unos 3000 metros de profundidad, cuando escuché al capitán preguntar desde la torreta — ¿Quiere acompañarme? Estamos llegando a los Montes submarinos matemáticos. Intrigado, subí raudo a acomodarme en el puesto de mando.
¿Ve aquella cadena de altos montes submarinos, separados por pasos profundos y estrechos? — preguntó mientras comenzaba a enumerar iluminando con los potentes reflectores del Nautilus. Aquél es el monte de Arquímedes, más allá está el de Bernouilli y allí el de Clairaut.
¡Estos condenados adalides de la pureza imaginan mundos que nosotros no conoceremos nunca! — bramó mientras el submarino serpenteaba entre aquellos accidentes geográficos, que pasaban raudos en soniquete: Einstein, Euclides, Euler, luego Fourier, Galois, Gauss…
Apenas había anotado un nombre en mi cuaderno y ya aparecía otro monte. El capitán seguía enumerando. De Khayyam, Laplace, Leibnitz, a Lobachevski, Napier, Newton… Cuando Poincaré y Riemann cerraron la lista, pareció asomar entre ellos una ecuación que andaba buscando.
Y entonces desperté.
Con el desasosiego que tienen los despertares en un vuelo transoceánico. Desentumeciéndome, tuve tiempo de leer un nombre que destacaba en la pantalla de entretenimiento.
«Nunca sabes dónde ni cuándo van a aparecer las matemáticas», pensé mientras guardaba en la mochila el libro que leía antes de dormirme.
Para saber más
Corrían los años 50 del siglo XX cuando Henry William Menard (izquierda) y Robert Lloyd Fisher (derecha), oceanógrafos del Instituto Scripps de la Universidad de California, embarcaron rumbo al nordeste del Pacífico ecuatorial.
En el curso de sus investigaciones encontraron una cadena de montes submarinos y, según sus palabras, inspirados por la Cordillera Presidencial en Nueva Inglaterra y la Cordillera submarina Emperador en el Pacífico norte, decidieron llamarla Mathematicians Seamount Range.
Menard y Fisher recogieron sus investigaciones en el artículo Clipperton Fracture Zone in the Northeastern Equatorial Pacific, publicado en 1958 en The Journal of Geology. Si no tienes acceso a la revista, puedes leerlo en pantalla previo registro.
Los nombres de los diecisiete matemáticos (en sentido amplio) honrados con el nombre de alguno de estos montes aparecen en la base de datos de nombres geográficos GNS. Si quieres más información sobre la zona, el CONABIO mexicano recoge algunas características biológicas y ambientales de esta cordillera.
La siguiente imagen muestra el mapa completo de la cordillera, pero me temo que no encontrarás el de tu profesor de matemáticas… de momento 😉
Si te interesan los nombres de accidentes geográficos, puedes consultar la base de datos NGA GEOnet Names Server (GNS). Si quieres centrarte en los submarinos, te recomiendo GEBCO Undersea Feature Names Gazeteer. También puedes usar Google Ocean, al que en Deep Sea News explican cómo añadir algunas funcionalidades.
Si quieres, puedes saber más sobre Menard y Fisher con esta memoria biográfica de Menard y en esta entrevista a Fisher.
Por último, si por alguna extraña razón no lo hubieras hecho ya, no dejes de leer las Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne.
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Nota: Esta entrada participa en la Edición 6.6: números vampiro del Carnaval de Matemáticas, alojado en el blog Scire Science.
Imágenes
Las imágenes del mapa de la cordillera están tomadas de Earth Reference Data and Models y son de libre utilización para fines educativos. Las imágenes de Menard y Fisher están tomadas, respectivamente, de la memoria biográfica y la entrevista enlazadas en el párrafo anterior. La imagen del sistema de entretenimiento de Iberia es propia.
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